Holocrón: Diario de un Jedi [Grabación 00.000.01]

Holocrón: Diario de un Jedi  [Grabación 00.000.01]

Se oían explosiones por todas partes. El calor era sofocante. Pero mucho peor era la humareda que impedía ver a nuestro alrededor.

A duras penas conseguía calmar mi pánico y concentrarme… Con esfuerzo, conseguí suplir la carencia momentánea de visión y sentir con la Fuerza todo cuanto me rodeaba: mi Maestro Jedi wookiee, la guarnición de soldados clon que nos escoltaba, el piloto, los artilleros y la cañonera de la República en la que viajábamos. Podía incluso sentir a los cientos de Jedi y miles de soldados clon de la República Galáctica y droides de la Confederación Separatista de Planetas, luchando cientos de metros por debajo de nosotros.

“Estamos llegando”, oí murmurar a mi Maestro.

—Estamos llegando —confirmó el piloto clon desde su cabina.

Ahora yo también podía sentir lo que un momento antes había sentido mi Maestro: millares de geonosianos ocultos en las catacumbas de Geonosis. Aquello era como una enorme presencia, pues eran miles de cuerpos con una misma mente. Todos se movían con el mismo objetivo, aunque éste difería según el clan y la casta a la que perteneciese cada individuo.

Por un momento me sentí orgulloso de mí mismo, pues había logrado sentir lo mismo que mi Maestro tan sólo un instante después. Y era un wookiee muy poderoso en la Fuerza, por lo que aquello era ya un gran logro. Había pasado muchos años entrenándome para acercarme siquiera a la conexión con la Fuerza que poseía mi Maestro, y estaba ahora muy cerca de conseguirlo. No obstante, del éxito de aquella misión dependía mi ascenso al rango de Caballero Jedi. El Maestro Windu estuvo de acuerdo en aceptar el resultado como equivalente de las Pruebas, y no pensaba decepcionarle.

—Maestro Kalraosrrook—dijo el piloto clon—, deberemos descender y aterrizar ya, si no queremos que nuestra posición sea descubierta.

“De acuerdo. Comience el aterrizaje”, contestó el Maestro Kalraosrrook.

Suponía que, o bien los clones habían sido instruidos en el shriiwook, el idioma wookiee, o bien los cascos poseían traductor simultáneo, pues el piloto cumplió la orden inmediatamente, sin dudar un instante del significado de aquellos gruñidos y ladridos. Por mi parte, yo no necesitaba traductor alguno, ya que el shriiwook era prácticamente mi segunda lengua, después de mis años de entrenamiento con mi Maestro wookiee.

La cañonera no llegó a posarse en el suelo rocoso de Geonosis. En cambio, flotó a menos de un metro del suelo gracias a sus repulsores. Un momento después, la humareda se asentó y pude ver a mi alrededor: habíamos dejado la batalla muy atrás. Ahora nos encontrábamos en el punto en el que los escáneres de la República indicaban la localización de unas catacumbas en las que se suponía se escondían miles de geonosianos, ocultando consigo sus armas y, quizás, alguno de sus dirigentes.

No nos sentimos observados, por lo que bajamos de la nave de un salto, seguidos de nuestra escolta. El piloto, siguiendo las órdenes del Maestro Kalraosrrook, volvió a despegar, alejándose lo necesario para no ser detectado y ser capaz de regresar rápidamente, en caso de ser necesaria nuestra evacuación.

Los soldados clon aguardaron pacientemente hasta que el Maestro Kalraosrrook encontró la entrada a las catacumbas, oculta bajo el polvo y la arena de color anaranjado. Usando la Fuerza, la abrió. La roca crujió y se partió en infinidad de trozos, destruida desde su mismo interior.

De repente, sentí algo que hizo estremecerse la Fuerza a nuestro alrededor. Un peligro. Muerte.

—Maestro, tengo un mal presentimiento.

Por una vez, mi Maestro hizo caso omiso de mis presentimientos. Estaba demasiado concentrado lanzando una sonda mental que le permitiese ver lo que ocurría a través de los pasadizos excavados en la roca. Sin más opción, ignoré mi presentimiento e imité a mi Maestro. Con un poco de concentración, logré ver mentalmente los miles de zánganos geonosianos que abarrotaban las catacumbas. Algunos corrían inquietos por los pasillos, mientras otros descansaban hacinados en las paredes… otros custodiaban algo.

El Maestro Kalraosrrook me miró, con una expresión que era mezcla de preocupación y esperanza.

—Yo también lo siento—respondí a su gesto.

Era una estructura gigantesca de metal, pero toda aquella presencia y movimientos enturbiaban nuestra percepción. De todas formas, habríamos de llegar hasta allí si queríamos presentar un informe detallado al Consejo Jedi. Teníamos que cerciorarnos de a qué nos enfrentábamos, cuál era la naturaleza de aquella amenaza.

Mediante un ladrido sordo ordenó avanzar e internarnos en las catacumbas. Había encontrado un camino directo que bajaba por aquel laberíntico entramado de pasillos y que nos llevaba hasta la superestructura metálica. Yo entré tras él y los soldados clon nos siguieron. Allí dentro el calor era sofocante y el aire, una mezcla entre humedad y polvo, impedía respirar.

Aún mantenía esa sensación de peligro inminente, pero por el momento no podía hacer más que avanzar y mantenerme alerta como el resto del comando.

Conforme descendíamos por aquellos angostos pasillos sin decoración, la escasa luz que entraba por la brecha abierta iba agotándose, desapareciendo al ser engullida por la oscuridad más absoluta. Los soldados clon confiaban ahora su visión a los potenciadores de luminosidad de sus cascos, mientras que nosotros hacíamos lo propio con la Fuerza.

No había más que oscuridad y silencio. Demasiado silencio. Parecía que un agujero negro había absorbido cualquier resquicio de luz y sonido de aquel lugar. Tal vez la humedad había congestionado mis oídos. En todo caso, ni siquiera nuestros pasos emitían un sonido. Incluso se había dejado de oír el característico crujido de las armaduras de los soldados clon.

De pronto, y cada vez más frecuentemente, una bocanada de aire fresco nos sorprendía desde uno de los laterales, o de ambos, cuando el pasillo se bifurcaba en dos o tres pasadizos.

A cualquiera de nosotros nos hubiese gustado seguir aquellos caminos para refrescarnos y dejar así de sudar un rato. Pero aquellas corrientes de aire significaban, al menos, dos cosas: o bien conducían a una salida al exterior, o bien servían de conducto de ventilación hacia las estancias de los geonosianos. En ambos casos, nuestra búsqueda concluía. No había, pues, otra opción que seguir nuestro propio camino por aquel sofocante pasillo. Si nuestra percepción de la Fuerza no nos engañaba, nos conduciría al lugar donde se encontraba oculta la superestructura metálica que buscábamos.

Cada vez tenía más clara su forma: era vagamente cilíndrica. Cuanto más nos acercábamos, más me recordaba a un sable láser. Pero debía de ser gigantesco, por la cantidad de materia metálica de que estaba formado.

De repente, el Maestro Kalraosrrook ordenó a nuestra escolta clon que esperara en alerta. Instintivamente, le seguí. Cruzamos una ráfaga de aire que cruzaba nuestro pasillo lateralmente, saliendo de una abertura en el lado izquierdo y continuando su refrescante camino por el de la derecha. Giramos sobre nuestros talones, mirando de frente a los soldados clon.

Ya se podían oír los gorgoteos, chasquidos y gruñidos de un pequeño grupo de geonosianos. A estas alturas, podíamos percibir claramente a los tres soldados que venían en nuestra dirección por el pasillo de la izquierda. Estaban nerviosos, pero en verdad se sentían seguros entre aquellas rocas excavadas, a salvo de la batalla que se libraba a cientos de metros, allá en la superficie del planeta. Aquella guerra no les incumbía directamente. Ellos sólo construían las armas; no habrían de blandirlas. Eso era cosa de los droides.

En medio de aquel animado parloteo, cruzaron nuestro pasillo.

Antes de que supieran que estábamos allí, rodeándoles, cayeron simultáneamente; los dos primeros, cortados en por la mitad por nuestros sables y el tercero, acribillado por los láser de los clones.

Todos dispararon al unísono al mismo objetivo, por lo que sólo se oyó un único disparo, ahogado por la sofocante humedad que nos rodeaba. Estaban bien entrenados, no cabía duda. Aún así el sonido habría continuado por el pasillo ventilado, por lo que debíamos de aligerar la marcha para asegurar nuestro regreso por aquel pasillo.

Cuatro o cinco bifurcaciones más abajo, un punto de luz apareció al final del pasadizo. El suelo y las paredes comenzaron a iluminarse progresivamente con una tenue luz rojiza, mostrando un pasillo lleno de tierra y polvo tan poco trabajado como cuando comenzamos a andar por él.

Finalmente, vimos el primer control geonosiano desde que nos infiltramos. Al parecer, se sabían demasiado seguros en aquellas profundidades como para pensar que alguien llegara tan lejos. Era sólo un pequeño control que impedía el paso a los trabajadores no autorizados, formado por sólo dos soldados geonosianos con sus respectivos blásters sónicos. Sólo había que deshacerse de ellos, y llegaríamos a nuestro destino.

Estaban de espaldas a nosotros, al otro lado de la salida del túnel de roca, más pendientes de lo que pudiera salir de aquella estancia que de lo que pudiera entrar. Sería un ataque por sorpresa.

De pronto, volví a percibir aquella sensación de peligro en la Fuerza, esta vez amplificada y mucho más apremiante que antes. Mi Maestro también lo sintió. No podíamos arriesgarnos a acabar con aquella guardia. Nos miramos fijamente y trazamos mentalmente el mismo plan. No pudimos tardar menos en llevarlo a cabo.

Mientras con señas les indicaba a los soldados clon que nos siguieran, el Maestro Kalraosrrook provocó una perturbación en la Fuerza al otro lado de los guardias geonosianos. Éstos miraron con recelo hacia allí, creyendo haber oído algo, y optaron por asegurarse de que no era una amenaza. Por mi parte, creé una burbuja de calma en la Fuerza alrededor de nosotros, ocultándonos de cualquiera que no mirara fijamente en nuestra dirección. Y nadie tendría una razón para hacerlo, pues nadie sospecharía de nuestra presencia. Seríamos invisibles a los sentidos del mundo exterior.

Con la entrada libre, entramos en la sala y avanzamos pegados a los laterales, donde se apilaban cajas de plastiacero que contenían piezas y herramientas. La sala era circular, de unos 4 pisos de alto y con un diámetro de unos 30 metros estándar. Nada más entrar, encontramos un panel de control en el centro, más alto que mi Maestro Wookiee, que ocultaba parte de la superestructura que andábamos buscando. Con un simple vistazo pudimos intuir de qué se trataba: un superláser de inmensas proporciones. El diámetro de aquello era de casi 4 veces un ser humano y, por las lecturas y esquemas del panel de control, debía extenderse varias decenas de pisos por encima y por debajo de nosotros. También pudimos comprobar que el arma, aunque aún era un prototipo, estaba en perfecto y completo funcionamiento. Pero todo fue muy rápido; y todo fue por mi culpa.

Quizá fue por el sentimiento de impotencia que me embargó al anticipar los acontecimientos. Si aquella arma llegaba a usarse en una batalla… Aquello no fue creado para destruir un ejército; aquello fue creado para destruir un planeta entero. Todo lo que infinidad de generaciones habían luchado y sufrido por construir… Tanto esfuerzo, para nada. Miles, millones de vidas se perderían en un instante, en un solo ataque.

Aquel curso de pensamientos me hizo perder la concentración, y la burbuja de calma en la Fuerza se esfumó. Así, tanto los clones como mi Maestro y yo mismo quedamos desprotegidos y a la vista de todos, en mitad de una sala llena de trabajadores y técnicos geonosianos.

Éstos dieron la alarma automáticamente. No tuve otra oportunidad de crear una nueva burbuja de calma. No tenía sentido. Ya nos habían descubierto. Pasó el tiempo del subterfugio; era hora de las armas. No podía hacer otra cosa que concentrarme en defendernos y huir. Pero las descargas sónicas de las armas geonosianas no podían ser desviadas por nuestros sables láser. Todo el mérito de nuestra defensa fue de nuestra escolta. Abatieron a casi una docena de guerreros geonosianos, mientras corrían junto a nosotros hacia la salida. Nosotros, corriendo con los sables encendidos, también nos llevamos por delante a una buena cantidad de aquellos seres que nos impedían la salida. Y cuando no estaban a nuestro alcance, le lanzábamos objetos o nuestros propios sables, con la Fuerza.

El teniente clon ya había alertado a nuestro transporte para la evacuación. Estaría esperándonos a la salida.

Giré la cabeza al sentir la muerte de dos de nuestros soldados clon, y no sólo pude ver sus cuerpos caer sobre el suelo rocoso y mal iluminado, sino también a un técnico geonosiano cumpliendo órdenes estrictas: estaba poniendo en funcionamiento el superláser que tanto temía.

Por un momento, un resplandor verde lo inundó todo de luz.

La explosión que le siguió fue igualmente poderosa.

Súbitamente, todo se llenó de polvo y los cascotes de roca comenzaron a llover, acompañados por un creciente sonido de resquebrajamiento. La frágil roca geonosiana hubiese cedido con mucho menos que aquella enorme explosión. Ahora, el techo se derrumbaba sobre nosotros.

Corrimos como nunca lo habíamos hecho. Corrimos por nuestras vidas.

Aquel oscuro pasillo ascendente parecía mucho más largo que al bajar por él. Con gran estruendo, el techo se unía al suelo que acabábamos de pisar, llenándolo de escombros y agrietándolo bajo nuestros pies. Detrás de nosotros solo sentía muerte y destrucción.

De pronto, un punto de luz anaranjada nos cegó, pero no dejamos de correr, sino que aceleramos aún más el paso.

Durante aquella carrera mortal pensé en más de una ocasión proponer a mi Maestro la posibilidad de usar la Fuerza para aumentar nuestra velocidad. Pero una y otra vez descartaba esa opción, pues teníamos que asegurarnos el menor número de bajas posible, por lo que no podíamos dejar a nuestros soldados clon, que tan bien nos habían servido, atrás.

Para cuando la luz de la entrada lo iluminaba todo, era ya necesario esquivar los cascotes de piedra que saltaban por doquier. Aquello se caía a pedazos, con nosotros dentro.

Enmudecido con el estrépito, el sonido de la cañonera de la República auguraba nuestro rescate. Y su mera visión al salir de aquel agujero fue de lo más tranquilizadora.

La cañonera no pudo acercarse demasiado al suelo arenoso, pues el ejército geonosiano ya estaba alertado de nuestra presencia y varios cazas se acercaban a nuestra posición.

Impulsado por la Fuerza, salté al habitáculo del transporte, para así ayudar a subir uno a uno a los clones. Cuando sólo quedaba uno y mi Maestro, la presencia de los cazas geonosianos se hizo evidente. Las explosiones ya se oían a nuestro alrededor, peligrosamente cerca.

Fue entonces cuando sentí la muerte más cerca que nunca.

Creo que lo vi venir, pero el pánico nuevamente me paralizó y no se me ocurrió cómo evitarlo. Sólo pude gritar “¡Maestro!”, mientras agarraba fuertemente el brazo armado del último soldado que quedaba en tierra y lo subía lo más rápidamente que pude.

El Maestro Kalraosrrook se había librado por centímetros de la explosión láser procedente de uno de los cazas que nos sobrevolaban, pero la lluvia de escombros lo cubrió casi por completo, impidiéndole evitar hundirse por la brecha del túnel que la explosión había abierto.

Mi Maestro Jedi quedó sepultado en vida y no pude hacer otra cosa que gritar con todas mis fuerzas con mi brazo extendido hacia donde unos instantes atrás había estado aquel grandioso wookiee.

Debido al choque de la explosión, el piloto de la cañonera se vio obligado a alzar el vuelo para evitar chocar contra el suelo.

Así, nos alejamos del lugar con presteza, haciendo uso de nuestros misiles de impacto para abatir a los cazas enemigos que habían causado la muerte de mi Maestro, y siendo perseguidos por una nueva oleada de cazas.

CONTINUARÁ

Esta historia ha sido escrita por Santiago Benítez Buitrago en diciembre de 2004. Queda prohibida su reproducción total o parcial por cualquier procedimiento sin permiso escrito del autor. Los personajes aquí descritos son ficticios. El Universo Star Wars se ha tomado como referencia y es propiedad de LucasFilms Ltd, y citado sin ánimo de lucro. Las descripciones de Geonosis, vehículos y algunos personajes han sido tomadas de El Ataque de los Clones de George Lucas, así como de otras fuentes oficiales de Lucasfilm Ltd.
Para cualquier comentario relativo a esta historia, escribe a gardek [dot] mon [at] gmail [dot] com

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Comentarios

Está tela de bien...

…seguiremos tus progresos con gran interés… Thumb Up