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Holocrón: Diario de un Jedi [Grabación 00002.00] | Asociación de Fans de la Guerra de las Galaxias HoloRed Estelar

Holocrón: Diario de un Jedi [Grabación 00002.00]

Holocrón: Diario de un Jedi [Grabación 00002.00]

Acabábamos de salir del hiperespacio en las cercanías del sistema Daurtkyn. Nuestro carguero mon calamari se aproximaba a una estación imperial situada en el cinturón de asteroides que orbitaba alrededor del planeta Denkor. Sería nuestra primera pieza del día.

El commscan indicaba que nos encontrábamos a suficiente distancia como para no ser detectados. Thawarpi se levantó del puesto de mando y anunció:

—Comienza la cacería. Delan, tú supervisarás la defensa desde el Arrecife y nos avisarás si intuyes algún peligro.

“Como siempre”, pensé.

—Como ordene, capitán —contesté, tratándolo según su cargo, pero sabiendo que volvería a llamarlo Thaw en cuanto terminase todo aquello.

—Nahie—siguió Thaw—, tú vendrás conmigo cuando realicemos el abordaje.

Nahie respondió con sus gruñidos y ladridos, que venían a decir “a sus órdenes, capitán”. Naggadik era un wookiee albino. Desde que lo liberamos en un puerto espacial de Kashyyyk, no se alejó en ningún momento de Thaw.

Ocurrió al poco tiempo de partir de Mu’un V.

El Imperio tomó el control de todas las empresas del planeta y, como todos sabemos, esclavizó a los wookiees.

A Naggadik no le fue del todo mal. A decir verdad, tuvo muchísima más suerte que cualquiera de su especie, ya que se le permitió seguir trabajando en sus hangares de repostaje, ahora como esclavo del Imperio. Aquello no fue precisamente por magnanimidad, sino por economía, pues necesitaban mano de obra y, aunque aquel frondoso planeta estaba lleno de esclavos en potencia, era lógico mantener allí trabajando al que mejor los conocía.

Pero entonces llegamos nosotros.

Por aquel entonces teníamos pocos encargos y la mayoría eran de contrabando de especia, pero aquella nave necesitaba una tripulación mayor. “Nos vendría bien un mecánico, un artillero…”, pensaba Thaw en voz alta cada vez más frecuentemente.

Y llegó el día en que encontramos al primero que entraría a formar parte de nuestra tripulación.

Acabábamos de aterrizar en los hangares de Naggadik cuando, en un descuido de la seguridad imperial, descendimos de la nave y pedimos al wookiee que llenara el depósito, esperando que no tardara mucho.

Pero la tropa al mando de los hangares volvió antes de lo previsto y, en cuestión de segundos, se organizó una terrible refriega.

Nos habían identificado.

Los disparos láser brotaban de todas direcciones, iluminando los hangares y la bahía de atraque con destellos rojizos y resonando con su característico sonido.

El wookiee, desarmado pero no indefenso, decidió ayudarnos, aún a costa de su vida. Corrió a desactivar el sistema de alimentación de combustible y comenzó a arrojar herramientas y cualquier objeto pesado a su alcance, acertando de lleno en los soldados imperiales en multitud de ocasiones. Éstos parecían no agotarse nunca, pues aunque cada vez más cuerpos yacían amontonados, no paraban de llegar refuerzos.

Llegó el momento en el que parecía que el último soldado cayó y, antes de que otros más corrieran a ocupar su puesto, conseguimos subir a la nave y despegar.

Naggadik nos estaría eternamente agradecido por liberarle de su esclavitud.  Sin embargo, consideró —y yo contribuí a ello, debo añadir— que la deuda de vida era más intensa para con Thaw que conmigo. No podía hacerme a la idea de tener junto a mí a alguien intentando protegerme. Como Jedi, aquello era totalmente inapropiado, aunque no hubiese sido el primer caso. Ni el último.

—Garrune —siguió ordenando Thaw—, será mejor que te quedes en la nave, por si hay algún problema con los escudos o vete a saber qué. Cada día nos da más problemas este enorme montón de chatarra.

—Misa tá listo p’a lo que sea —contestó el gungan.

Garrune no tardó en unirse a nosotros tras la liberación de Naggadik.

Fue voluntad de la Fuerza —aunque todos opinaban que fue más cuestión de suerte— que un mes estándar más tarde estuviéramos reparando el Arrecife en Naboo.

El planeta no había escapado al control imperial y los gungans habían sido esclavizados como la mayoría de especies no humanas. Garrune no fue una excepción y por aquél entonces trabajaba a destajo como mecánico en el espaciopuerto de Theed.

En realidad no nos hacían falta sus servicios, pues contábamos con Naggadik. Tan sólo necesitábamos un lugar donde repararla. Pero el gungan insistió. Prefería servir a alguien que no tuviera que ver directamente con el Imperio. Así, ayudó al wookiee a reparar la nave con mucha dedicación mientras Thaw y yo permanecíamos en el interior de la nave.

Al terminar, cuando se encontraba ya recogiendo sus herramientas, se alejó con ellas para guardarlas. No llegó a alejarse más de un par de metros cuando, de repente, el cable de duracero que soportaba el peso de un hipermotor cedió justo encima de Garrune. Nahie reaccionó con sorprendente rapidez, saltando hacia el gungan y apartándolo del peligro.

El peso del hipermotor destrozó el suelo que hacía pocos nanosegundos pisaba Garrune.

Sorprendido y aturdido, el gungan prometió fidelidad eterna al wookiee. Acababa de contraer una deuda de vida que le liberaría de su situación de esclavitud, y no estaba dispuesto a dejarla escapar.

Por nosotros no hubo ningún problema en aceptarlo, pues aún éramos sólo tres los miembros de la tripulación. Sólo cuando era ya demasiado tarde, Thaw cayó en la cuenta de que, en caso de ocurrirle algo a Nahie, el gungan habría de cumplir la deuda que el wookiee tenía con él.

Así pues, recogimos lo más rápido que pudimos para despegar antes de que la patrulla imperial nos identificara. Mientras tanto, Garrune fue a por DAQ-7, su droide ayudante, que estaba recargándose. Se trataba de un droide de batalla de la Federación de Comercio que Garrune recuperó tras el bloqueo de Naboo.

Obviamente, lo reprogramó, aunque sin eliminar completamente los conocimientos sobre tácticas y movimientos bélicos, que conservó para casos de necesidad en los que necesitara un protector o guardaespaldas. Hasta entonces, le sirvió como ayudante en el taller, especialmente para cargar grandes pesos o realizar reparaciones peligrosas. Además, instaló en él sistemas adicionales, tanto físicos como informáticos, de manera que había pasado de ser una máquina de guerra a un mecánico multiusos de lo más eficiente.

Al activarlo, Garrune le indicó:

—¡Salgamon d’aquí!

DAQ-7 no se lo pensó dos veces, entre otras cosas, porque no había sido programado para someter a discusión una orden directa ni para procesar dos veces la misma información. Por ello, abandonó su postura pseudo-fetal de apagado para, con un peculiar sonido de engranajes, ponerse de pie, recoger su caja de hidrollaves y su bláster, y salir corriendo tras Garrune hacia la rampa de entrada al Arrecife.

La nave estaba ya lista para despegar cuando el primer disparo láser resonó en el hangar.

Las tropas imperiales no dejaron de disparar hasta que no quedamos fuera de su alcance, pero su puntería dejaba mucho que desear y sus disparos no causaron ni un solo arañazo en el casco de la nave. Escapamos así de Naboo, con dos miembros más en nuestra tripulación.

Aquello era una situación extraña, pues la tripulación no había sido contratada oficialmente, sino que se unió por diferentes compromisos. Aún así, dejamos claro que en cualquier momento podrían abandonar su puesto, si lo consideraban adecuado, lo que reforzó nuestra voluntad de seguir unidos.

De hecho, todos éramos necesarios, pues cada uno estaba especializado en alguna función, aunque a decir verdad éramos bastante… polivalentes. Cuando alguno no estaba disponible, cualquiera de nosotros podía cumplir su parte, aunque no con la misma calidad, por supuesto.

Éste era nuestro modo de funcionamiento, y en aquel preciso instante cada uno estaba en su puesto: Naggadik junto a Thawarpi listos para el abordaje; Garrune y DAQ-7 preparados para cualquier emergencia mecánica; y en cuanto a mí… sentado en el puesto de control.

En realidad, no me sentía muy útil desde allí. Ese podía haber sido ver desde allí la situación de la nave y mandar a su droide al lugar necesario.

Me concentré sin más opción en mi cometido, atento a cualquier alteración en la Fuerza, a la vez que lo supervisaba todo, Creo que era esta parte la que Thaw no quería dejar a manos del gungan. Por algún motivo, tenían fama de torpes. Sin embargo, éste no era el caso. Muy al contrario, Garrune era, con mucho, uno de los mecánicos más habilidosos que he conocido nunca. Poseía una agilidad innata, que traducía en un manejo sin igual de las herramientas.

Pero muy pronto se haría evidente que mis habilidades estaban siendo desaprovechadas. Esa manía de Thaw de ocultarme debía acabar ya. De todos modos, el Imperio nos perseguía ya por diversos delitos. Y ahora nos disponíamos a cometer el siguiente, a favor de los oprimidos.

—Capitán —anuncié por el comlink—, nos acercamos al carguero imperial.

Continuará

Esta historia ha sido escrita por Santiago Benítez Buitrago en junio de 2005. Queda prohibida su reproducción total o parcial por cualquier procedimiento sin permiso escrito del autor. Los personajes aquí descritos son ficticios. El Universo Star Wars se ha tomado como referencia y es propiedad de LucasFilms Ltd, y citado sin ánimo de lucro.

Para cualquier comentario relativo a esta historia, escribe a gardek_vos [at] hotmail [dot] com

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