Holocrón: Diario de un Jedi [Grabación 00002.04]

Holocrón: Diario de un Jedi [Grabación 00002.04]

—No tardéis, ¿de acuerdo? —nos pidió Thaw.

—No te preocupes —le contesté.

—Será un visto y no visto —aseguró Kym.

—¿Seguro que no queréis que os acompañe Nahie?

—Cuanto más numeroso sea el grupo, más peligrosa será la incursión —le expliqué—. Parecería una excursión a la boca del lobo. Ya lo hemos hablado, Thaw

—Tenéis razón —admitió el mon calamari—. Pero si os descubren…

—Entonces mi protector deberá mostrar su valía —le tranquilizó Kym.

—Mantened la nave a punto —le aconsejé a Thaw—. Os avisaremos si necesitamos ayuda. Si tenéis problemas, despegad sin nosotros.

—De acuerdo.

Dejamos al Arrecife y al resto del grupo en el espacio puerto de Ylen’n para no levantar sospechas. Mientras Kym y yo caminábamos a su casa, en el bosque a las afueras, el resto aprovecharía para abastecerse de todo cuanto necesitaran.

De camino, le conté a Kym cómo me mantuve alejado de las Guerras Clon y la posterior Purga Jedi. Ella, por su parte, me contó algo más sobre ella y su familia:

—Al terminar mis estudios de Psicoenseñanza, pensaba trabajar como profesora en la Universidad de Obroa-Skai. Una profesora me propuso ser su ayudante. Pero ahora… No sé qué va a ser de mí.

—Dijiste que cuando te capturaron volvías de Bespin… ¿Qué hacías allí?

—Regresaba de viaje con mis compañeros. Cogimos la lanzadera de Star Tours directamente en la residencia para estudiantes en Obroa-Skai…

—Vivías con tu padre en Obroa-Skai durante el curso, ¿verdad?

—No, el disponía de un apartamento en la residencia para docentes. Lo visitaba de vez en cuando para cenar con él, pero me animó a hacer vida independiente en la residencia para estudiantes —dejó la vista puesta en el infinito durante unos segundos y, mirándome a los ojos, añadió—. Gracias.

—¿Por qué?

—Por rescatarme, por curarme… por cuidar de mí.

Me miró como nunca olvidaré: con un profundo y sincero agradecimiento.

—Estamos llegando —fue mi nerviosa respuesta.

Ante nosotros, el bosque de edificios dio paso al bosque real, a pocos metros.

—¿Está muy lejos de aquí? —pregunté.

—Eso depende.

—¿De qué depende, Kym?

—De cuánto te guste la Naturaleza salvaje y de lo rápido que seas—dijo ella, guiñándome un ojo.

Dejamos atrás la última manzana de edificios y nos acercamos a la espesura. De pronto, me detuve.

—¿Qué ocurre, Delan?

—Hay un control imperial ahí dentro, a unos diez metros estándar.

—No se ve nada…

—Confía en mí.

—Han cortado el camino, entonces. Qué extraño que hayan instalado el control a esa altura. Desde ahí no pueden ver los alrededores.

—No lo necesitan. El objetivo del control es detener a todo aquél que pretenda acceder a tu casa. Me temo que no es algo muy habitual. Tu padre debió de haber estado metido en algo realmente gordo —su expresión reflejaba una preocupación creciente—. Cuanto antes entremos, antes lo averiguaremos.

—Tienes razón… Por aquí.

Nos internamos en el bosque por un camino alternativo por entre la maleza, a algunos metros estándar del principal. Kym parecía conocerlo como la palma de su mano.

—Jugábamos con mi padre a ver quién llegaba antes a casa: él con su deslizador o nosotras atajando por el bosque.

—¿Y ganábais?

—La mayor parte de las veces. Y cuando no lo lográbamos, perdíamos por poco. Obviamente, mi padre hacía trampas.

—Frenaba el deslizador.

—Claro.

Avanzamos por aquél bosque desierto a primera vista, pero rebosante de vida para ojos expertos o para alguien sensible a la Fuerza. Cada cierto tiempo, oíamos el chasquido de los comlinks imperiales en el camino.

—¿De quién fue la idea? —pregunté cuando ya llevábamos recorridos unas decenas de metros.

—A mi padre siempre le gustó la vida en el campo —contestó Kym, adivinando el motivo de mi pregunta—. Amaba la Naturaleza, por así decirlo. Por eso construyó la casa en el bosque. Ya queda poco.

Curiosamente, conforme nos internábamos, éste cambiaba su aspecto; no solo en cuanto a las especies vegetales que nos rodeaban, sino también en el canto de las aves y demás fauna local. Allí dentro se dejaron de oír ciertos gorjeos y trinos que podíamos oír al entrar, y aparecían otros nuevos. Parecía que las especies se organizaban por zonas según la cercanía al exterior del bosque.

—¿Falta mucho? —después de aquél rato sin dejar de correr, mis vestiduras comenzaron a parecerme extremadamente pesadas, sin contar con el sudor que caía por mi frente.

—Ya hemos llegado —dijo Kym, señalando hacia delante a la vez que frenaba.

Delante se abría un precioso claro de tonos verdes, en el centro del cual se alzaba una casa de dos plantas, de tonos verdosos mucho más claros.

—Se integra en el entorno, pero no se camufla… —pensé en voz alta.

—Sería absurdo —comentó Kym—. Una vez aquí, cualquiera se toparía con la casa, por muy camuflada que estuviera. Sobre todo, si saben lo que buscan.

De pronto, pude ver a los soldados imperiales, que sí disponían de camuflaje en sus armaduras. Los chasquidos de sus comlinks les delataron.

—La puerta delantera está muy vigilada. ¿Hay alguna puerta trasera?

—Hay un invernadero en la parte de atrás —contestó Kym—. Pero también estará vigilado. Y nos superan en número. Es imposible entrar. No sé por qué hemos venido. Es una locura.

—Calma… —la tranquilicé—. Seguro que hay una manera.

Me senté sobre una roca y me concentré en la Fuerza. Durante unos segundos, vislumbré retazos del futuro: un holocrón, unas llamaradas de luz roja, unos tentáculos surgidos de la tierra, dos únicos soldados en el interior de la casa…

—El interior está menos vigilado de lo que esperaba―.

—Tengo un mal presentimiento.

—Yo también. No te separes de mí.

Dimos un rodeo y salimos al claro en el instante en que ningún soldado miraba hacia nosotros, mientras creaba una perturbación en la Fuerza en el lado opuesto, en el interior del bosque.

—¿Qué ha sido eso? —oí decir a un soldado al girarse.

—Nada. Alguna alimaña. No te preocupes —contestó su compañero.

Kym y yo ya habíamos entrado en el invernadero de su casa y nos habíamos echado al suelo para evitar que nos vieran desde fuera.

Muchas de las plantas estaban caídas por el suelo, por lo que tuvimos que gatear evitando contarnos con los trozos de permeocerámica sin mancharnos demasiado de tierra y abonos.

Oí sollozar a Kym delante mía. La visión de aquél desastre en el invernadero de su padre debía ser horrible para ella.

—P-por aquí… —dijo ella, mientras abría la compuerta que daba al pasillo central de la vivienda.

Al otro lado solo había oscuridad. El pasillo disponía de varias puertas laterales, que daban a las habitaciones, los aseos y la cocina. En el otro extremo del pasillo se encontraba la puerta que lo separaba de la estancia principal.

La puerta se abrió.

—¡Eh! ¡Alto ahí! —gritó un soldado imperial, mientras entraba al pasillo a oscuras y comenzaba a disparar, cargando contra nosotros.

Erró los dos primeros disparos, y hubiera acertado el resto de no haber sido por mi sable de luz. Aprovechando la inercia de la carrera del soldado, lo atraje hacia mi sable con un tirón de Fuerza.

—¿Cómo has hecho eso? —preguntó Kym a la luz azul de mi sable.

—¿A qué te refieres?

—Pues… Has… Has atraído a ese soldado hacia ti y luego… ¡En segundos!

—La Fuerza es un poderoso aliado —respondí, mirando el mango de mi sable, casi arrepentido, desconectándolo— ¿Dónde está el despacho de tu padre?

—Arriba —contestó, saliendo de su ensoñación—. Se sube desde la habitación de mis padres. A tu izquierda.

Abrimos la primera puerta y subimos por un elevador que estaba instalado cerca de la enorme cama.

De repente, nos encontramos en medio del caos: datapads y plastifinos destrozados estaban tirados por el suelo, entre restos de madera chamuscada y metal fundido.  La mesa del escritorio aún estaba en pie, pero parecía algo desvencijada. Encima había un par de tomos titulados “La Orden Jedi: Pasado, presente y futuro” y “La Fuerza: ¿Mito o realidad?”. Las estanterías parecían atestadas de tomos similares.

Kym hizo un nervioso intento por poner orden, pero sólo consiguió levantar una silla y tirar lo poco que quedaba en pie. Al menos, pudo sentarse para poder desahogarse entre llantos. Me puse en cuclillas delante de ella.

—Lo siento mucho —fue todo lo que pude decirle.

Me respondió con un fuerte abrazo.

Tras varios minutos, nos incorporamos y nos miramos: yo, comprensivamente; ella, profundamente agradecida.

—Según mi hermana —dijo al fin—, la caja fuerte de mi padre debe estar en esa pared.

Me acerqué y puse mi mano sobre la pared. Pude sentir la caja de seguridad al otro lado. Era extraño que el Imperio no hubiese dado con ella, contando únicamente con un simple camuflaje con el resto de la pared. Quizá estuviera cubierta con un material que fuera imposible de detectar por un escáner.

Con un gesto de mi mano, un cuadrado de pared se abatió hacia fuera, mostrando la caja fuerte en su interior.

—¿Cómo la has abierto? No tenía ningún mecanismo exterior.

—No es necesario, si cuentas con la Fuerza.

—Pero, ¿cómo podía abrirla mi padre?

A tientas, saqué uno de los objetos que contenía: un sable de luz.

—Creo que esto aclara muchas cosas —dije, mirando a Kym, que se quedó sin habla—. Tu hermana no te mentía.

—Pero… Pero…

De la caja fuerte extraje también un cinturón de accesorios intacto, con cápsulas de alimentos, un respirador Aquata A99, un medpac, etc., así como una túnica Jedi meticulosamente doblada y guardada.

—Entonces… —comenzó a decir Kym, pensando en voz alta.

—O tu padre saqueó a un Jedi, o él mismo era un Jedi.

—Brillante deducción —dijo una voz a nuestra espalda.

Continuará

Esta historia ha sido escrita por Santiago Benítez Buitrago en octubre de 2005. Queda prohibida su reproducción total o parcial por cualquier procedimiento sin permiso escrito del autor. Los personajes aquí descritos son ficticios. El Universo Star Wars se ha tomado como referencia y es propiedad de LucasFilms Ltd, y citado sin ánimo de lucro.

 

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