Holocrón: Diario de un Jedi [Grabación 00002.05]

Holocrón: Diario de un Jedi [Grabación 00002.05]

Una llamarada de luz roja procedente de un sable de luz, iluminó el rostro del desconocido.

 Kym gritó por el sobresalto.

 Aquella figura parecía haber salido de la nada. No había sentido antes su presencia. Ahora, el Lado Oscuro anegaba por momentos la estancia.

 —Me temo que no nos han presentado —le saludé.

 —Oh, pero yo sí le conozco. Usted es Delan Paciel, ¿no es así? —dijo él cortésmente—. Andábamos buscándole desde hace algún tiempo. Concretamente, desde el Primer Día del Imperio.

 —La escolta clon —prensé en voz alta—. Eran los únicos que conocían mi paradero.

 —Así es. Cumpliendo la Orden 66, los soldados supervivientes no dudaron en dar a conocer su última situación. Curiosamente, no la cambió desde entonces, lo que nos facilitó mucho las cosas. Además, su abusivo uso de la Fuerza lo hizo aún más fácil de encontrar, si cabe. Un holo-faro hubiese sido más indetectable.

 —¿Invadieron Mu’un V y todo el sistema Hi’isp solo para dar conmigo? —pregunté, incrédulo.

 —¡Qué arrogante por su parte , Paciel! —dijo, soltando una risotada—. Por supuesto que no. Sólo era un motivo más. Como ve, acabar con usted no ha de bastar más que con un sólo Inquisidor. Y dudo mucho que le estemos subestimando.

 —Eso está por ver —contesté, activando mi sable de luz—. Kym, coge todo lo que puedas y sal de aquí. No dejes que el viaje hasta aquí haya sido en vano.

 —No te voy a dejar, Delan.

 —Entonces, espérame al otro lado de la ventana. Ponte a cubierto.

 —¡Basta ya de cháchara! ¡Muere, perro Jedi! —gritó el Inquisidor Imperial.

 Kym se apartó a tiempo, pues el ataque no discriminaba objetivos.

 —¡Sal de aquí, Kym! —le supliqué, al tiempo que paraba una segunda estocada.

 —De aquí no va a salir nadie —dijo el Inquisidor, apuntando con los dedos de una mano hacia la ventana a la que se dirigía Kym y lanzando rayos de Fuerza contra ella, derrumbándola un instante antes de llegar hasta ella—.

 —¡Déjela en paz! —grité, atacando con furia al Inquisidor.

 —Ella no morirá —dijo él tranquilamente, mirándome a los ojos y comenzando a sonreír maliciosamente—. No hasta que haya acabado con usted y ella le haya visto morir. Entonces, será también ejecutada por traición al Imperio, al igual que lo fue su familia y ahora lo será usted.

 —Hoy no —contesté, parando sus ataques aleatorios, uno tras otro—, si tengo algo que decir al respecto.

 Cada ataque del Inquisidor iba directo a matar con una fuerza implacable, apuñalando hacia mi pecho en contables ocasiones. Pronto cambió la técnica, buscando cercenar algún miembro o, al menos, inutilizarlo.

 —Es inútil resistirse —sentenció el Inquisidor Imperial—. Si no consigo destruirle, otros Inquisidores vendrán a cumplir mi misión. El peso del Nuevo Orden caerá sobre usted, más tarde o más temprano. Es inevitable.

 Nunca había luchado a ese ritmo. En realidad, nunca había luchado a muerte. Todo lo más, en los constantes entrenamientos en el Templo Jedi en Coruscant. Pero de ello hacía ya unos años, y desde entonces no había tenido oportunidad de entrenarme en condiciones. Sin embargo, mis músculos recordaban cada movimiento aprendido, creando algunos nuevos sobre la marcha, dejándose guiar por la Fuerza.

 Aunque antes había alimentado mi ira al amenazar a Kym, ahora sólo intentaba parar sus golpes en una actitud totalmente defensiva, esperando que sus fuerzas flaquearan. Pero ese momento no llegaba. Podía sentir el Lado Oscuro creciendo en su interior, con cada ataque y amenaza. No obstante, mi cansancio tampoco aumentaba, ya que cada momento que pasaba, mayor era mi unión con la Fuerza.

 No podía ver a Kym. No había casi luz en la habitación y cada vez estaba más cegado por los destellos de los sables de luz.

 De repente, sentí una presión alrededor de mi cuello que me impedía respirar, a la vez que dejaba de notar el suelo bajo mis botas. Instintivamente, solté mi sable de luz y me llevé las manos al cuello, en un intento por tomar un poco de aire. Todo se volvió oscuro de repente…

 Y en un instante, todo se volvió luz. Caí pesadamente al suelo y comencé a respirar de nuevo. Parpadeé unos instantes y lo que vi me dejó estupefacto: Kym luchaba contra el Inquisidor.

 —¡No, Kym! —grité con desesperación.

 Me puse rápidamente en pie, llamé a mi sable de luz con la Fuerza y me uní al duelo. El Inquisidor no podría con ambos.

 Kym luchaba torpemente, pero se defendía bastante bien, parando todos los golpes que podía y esquivando el resto rápidamente. Sin embargo, el Inquisidor había sido mejor entrenado y se deshizo de ella rápidamente. Éste gritó inesperadamente y aprovechó la distracción para realizar un mandoble en el que cortó su sable y su antebrazo izquierdo. La retiré con un empujón de Fuerza a tiempo de evitar un segundo ataque, que hubiese sido fatal. Kym cayó a un lado, chillando de dolor.

 De pronto, el Inquisidor se alejó de mí unos pasos y comenzó a caerme una lluvia de tomos procedentes de las estanterías. Los primeros consiguieron alcanzarme en los hombros y la espalda, pero reaccioné creando un escudo de Fuerza que hacía rebotar todo cuanto me lanzaba el Inquisidor.

 Empezaron a agotársele los recursos. Cuando cargué contra él, empezó a lanzarme rayos de Fuerza antes de alcanzarlo. Sin pensarlo, me protegí con mi sable de luz. Casi toda la energía era absorbida por él, pero los rayos restantes debía canalizarlos yo mismo hacia el haz mediante la Fuerza. Al darse cuenta de lo inútil de su ataque, lo abortó, dubitativo.

 Aproveché ese momento de duda para terminar la contienda de una vez. Alcé mi mano izquierda hacia el Inquisidor, invoqué a la Fuerza a su alrededor y lo levanté del suelo casi medio metro. Mientras forcejeaba intentando liberarse, corté sus brazos y piernas en un par de rápidos movimientos de sable.

 Cuando iba a acabar con él con un corte lateral, toda una tropa de soldados imperiales fue apareciendo en la estancia conforme iban subiendo por el elevador privado de la estancia, disparando indiscriminadamente. Me veía incapaz de contenerlos a todos. A cada momento aparecían más y más.

 —¡Tenemos que salir de aquí! —le grité a Kym, que se parapetaba de los disparos con el escritorio.

 —¡Acabad con ellos! —ordenó a gritos el Inquisidor desde el suelo, pues lo había dejado caer sin percatarme, debido a la sorpresa.

 Tan rápido como pude, cogí a Kym por la cintura, la levanté y salimos por la ventana que quedaba, sin saber qué nos esperaba al otro lado.

 

Continuará….

 

Esta historia ha sido escrita por Santiago Benítez Buitrago en noviembre de 2005. Queda prohibida su reproducción total o parcial por cualquier procedimiento sin permiso escrito del autor. Los personajes aquí descritos son ficticios. El Universo Star Wars se ha tomado como referencia y es propiedad de LucasFilms Ltd, y citado sin ánimo de lucro.

 

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